jueves, 22 de abril de 2010

El grupo de los Blancos

Me desperté temprano, poco después de las cinco de la mañana, como si me tocara trabajar en el primer turno, pero esta semana me toca en el segundo.
Ayer los rumores eran muy fuertes: vendrían los mineros de Nueva Rosita, Muzquiz y Sabinas comandados por los charros de Napoleón Gómez Sada a tomar el sindicato por la fuerza e imponer a los rojos o a los azules, lo mismo da. Nos costó un chingo sacar a esos charros. Yo era uno de los miedosos que no quería votar por los blancos, quedar registrado y que luego me quitaran el trabajo. No le tengo miedo a los madrazos. El día que nos agarramos rojos contra azules en el auditorio del sindicato –ya ni me acuerdo con quién estaba yo-– no me importó que casi me rompieran el brazo y yo desmayé al Chino al pegarle en la cabeza con la pata de una banca de las muchas que rompimos. No me di cuenta que los soldados no dejaban salir a nadie. Yo andaba en la mera bola, a medio salón, donde nos atizábamos con más gusto. Así es que no le tengo miedo a los madrazos, pero otra cosa es que te corran de Altos Hornos porque no encontrarás ningún otro trabajo ni la mitad de bueno.
Ya me iba a dormir otra vez cuando llegaron por mi. Vinieron Armando y el Chino, sí, al que desmayé de un golpe y que después nos hicimos amigos. Que era segura la llegada de los mineros de Nueva Rosita. Que venían en una hilera de camiones a la que no se le veía fin para tomar el sindicato a como diera lugar. Que no tardaban en llegar.
–Venimos por tí, pinche Luciano, porque sabemos que no te rajas– me dijo el Chino.
Me explicaron que en la noche se habían formado brigadas con diferentes fines. Que a ellos les había tocado estar en las que debían llevar cubetas con gasolina y colocarse en las barricadas que habría en la carretera que viene de Sabinas. Salimos en mi camioneta antes de la seis y tuvimos que pelearnos en la gasolinera porque no querían echar la gasolina en recipiente descubiertos. Total, llegamos al retén cerca de las seis y media de la mañana. Ya estaban las brigadas con bates, palos y estrobos y las brigadas de los que habían atravesado vehículos en la carretera. A nosotros nos tocó a la atura de lo que sería el quinto o sexto camión, según nos dijeron. La espera no se nos hizo larga. A eso de las nueve llegó la choricera de autobuses. Como habíamos acordado, a la puerta de cada camión se amontonaron los de los bates o llaves estilson y nosotros rodeamos el camión.
–Pinche chofer, ni abras la puerta– le gritó bien fuerte el que mandaba nuestra brigada – con uno sólo que baje regamos tu camión con gasolina y lo prendemos. Si bajan algunos ya veremos de a cómo nos toca, pero los que no alcancen a bajar se va a morir chamuscados.
Luego supe que hasta del primer turno salieron muchos y llegaron a apoyarnos. Por eso éramos tantos. Nos la pelaron. Se regresaron todos y salvamos a nuestra dirección sindical, a los del grupo blanco. Blancos de casualidad porque no resultamos blancas palomas. Napoleón todavía debe estar vomitando bilis.

1 comentario:

  1. es increible como a veces todavía me sorprenden las historias que aquí se cuentan.

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