jueves, 19 de mayo de 2011

Lucio en Chiapas, hace años

Cuando el Profe conoció a Lucio éste le contó que abandonó su cafetal porque mató a machetazos al violador de María, su hija. “Tapachula es grande y está lejos, muy al sur, ahí nadie me buscará”, pensó.
Tenía razón. Trabajó quince días de estibador. Su físico no le ayudaba. A fuerza de resistencia y voluntad se sostuvo ese tiempo, pensando: “Poco a poco me acostumbraré y podré competir con todos”. Lo pensaba en tzeltal, claro está.
– El tal Gunter produce café orgánico. Lo vende mucho más caro que el nuestro – oyó decir un día a Petul, aquel indígena borracho que cargaba más que todos y gastaba su dinero en mujeres y bebidas alcohólicas.
“Café orgánico. Los de Cop Café y los de ISMAM lo producen. Yo hubiera podido producirlo, pero en mi media hectárea ya había echado fertilizantes. Tal vez hubiera engañado a los compradores, aunque en el ejido todos saben lo que hacen los demás. Yo sé de café ¿Dará trabajo el tal Gunter?”
Fue así como llegó a la finca del teutón, con ganas de conocer a un alemán, pero su deseo no fue cumplido: se topó con el administrador, un ladino renegado que hasta alemán quería aprender y maltrataba a los de su raza, los mayas de cualquier denominación, mexicanos o chapines. Se llamaba Mariano. Aguantó toda la cosecha. Para eso sí era bueno, su baja estatura no importaba a la hora de alcanzar los granos maduros y había cortado café desde antes de ir a la escuela, cuando tenía menor estatura.
Muchas veces, a la sombra del cafetal, recordó los años de su niñez: “La media hectárea apenas nos daba un poco de dinero. Mi padre, siendo ejidatario, no podía mantenernos, por eso trabajaba de peón en otras cosas. No tuvo dinero para llevar a mi madre, ni ir él, a un buen doctor, así murieron mis viejos con esa tos, que hasta los hacía escupir sangre.”
Otras veces recordaba sus años de casado. “Mi esposa murió de la misma tos. Tuberculosis, decían los del centro de salud comunitaria. Sólo quedamos María y yo. Completábamos lo que necesitábamos cortando madera y haciendo muebles. Así hubiera vivido si no me encuentro a ese tal Renato cuando terminó de violar y matar a mi hija, pero se encontró lo suyo.”
Mariano, el administrador ladino, se fijó en él, que siempre terminaba primero y con más café cortado. Salía muy poco de la finca y en el tiempo de la cosecha no lo vio borracho nunca. Era de los peones que no se dejan, pero cumplía su tarea y mucho más. Seguro sería bueno para otros trabajos. Así, al fin de la recolección, lo contrató como asalariado de planta y Lucio se quedó a vivir en la finca, lejos de cualquiera que lo anduviera buscando para vengar la muerte de Renato. Por miedo a que lo descubrieran, solo bajaba a la ciudad de vez en cuando, a poner su dinero en el banco. Su cuenta fue creciendo; el tzeltal no gastaba en nada.
Se acercaba la fiesta de todos los santos y con ella el inicio de la cosecha. El indígena escuchó que vendría desde Alemania el dueño de la finca, para revisar la recolección del grano. “Tal vez ahora sí conozca a Gunter” pensó “y vea cómo es un alemán.” Pero quien llegó fue el hijo del patrón; Ralf, oyó que le decían. Joven, alto, desteñido y algo bruto, le pareció a Lucio.
***
– ¿Cierto se andan revelando esos indios? – pregunta Ralf a Mariano, en su mal español.
–No tanto, andan alborotados desde hace seis años por eso del levantamiento zapatista. Su papá creyó entonces que nos quitaban la finca pero no pasó nada. Les aumentamos un poco el jornal y se quedaron todos. Los que se van son por otras causas, como siempre. Hay algunos que se creen mucho, como ese tal Lucio, pero no es zapatista y sí buen trabajador. En realidad todos están tranquilos.
– Si hay algún creído yo bajo humos, ¿o cómo dicen ustedes? Señala a ese tal Lucio.
***
Amanece. Una fina niebla cubre los cafetales. Como todos los días Lucio se prepara para iniciar sus labores. Mariano ha intentado en vano poner al tzeltal a repartir el trabajo y vigilar a los peones, casi todos ellos indígenas. En contra de su tacañería habitual, Mariano le ha ofrecido jornal diario muy por arriba del acostumbrado. Nada ha podido conmover a Lucio. Cierto día hasta lo amenazó con correrlo: “Trabajo hay en muchos lados. De hambre no me he de morir” fue lo único que comentó el indio.
No era cuestión de perder un buen trabajador. Lo que ni siquiera imagina Mariano es lo que piensa Lucio: "¿Yo capataz?, ¡vale madre! Llevo buen tiempo trabajando aquí. Ya tengo algo de dinero ahorrado. En uno o dos años más me voy a Veracruz. Con suerte me matrimonio otra vez y consigo un terrenito. Ojalá tenga la suerte de no enfermarme, porque si no, ya se chingó el asunto.” Pensando en esto sale de la choza que él mismo levantó, con autorización de Mariano, en una orilla del cafetal, donde el monte se levanta abruptamente. ¡Cómo desearía disponer de algo de terreno! dos cuartillos, cuando menos, para sembrar maíz, pero en eso Mariano ha sido inflexible: maíz ni frente a su choza; ¡nada de maíz dentro de la finca! Para qué buscar problemas; mejor se aguanta las ganas.
El cielo anuncia un día soleado. Escondido tras los altos montes, el sol apenas está tiñendo de un azul lechoso el firmamento. Bajo los árboles de chalúm y los jinicuiles, que dan sombra al café, Lucio apresura el paso para llegar como siempre de los primeros a la distribución del trabajo. Al salir del cafetal distingue en la explanada donde se entrega el café, junto a la báscula, al hijo del patrón. "¡Qué raro que esté despierto tan temprano!" José, el indígena que sí aceptó el puesto que tantas veces le ha ofrecido Mariano, está claramente desconcertado; con el sombrero entre las dos manos, estrujándolo, parece que no sabe qué hacer con él. Algo molesta inmediatamente a Lucio. Estima y respeta a José, le ayuda cuando alguien se le alebresta, interviene en los conflictos a la hora de pesar el café cosechado, calmando a José, favoreciendo en lo que puede al peón, pero sin que por ello comprometa al indígena que deberá rendir cuentas a Mariano. Ve a José como si fuera de su familia y sabe que la necesidad lo ha obligado a ocupar un puesto odioso. Ahora le molesta verlo como si lo hubieran humillado. A veces él también le ha gritado y se le ha puesto al tú por tú, dos o tres veces se lo ha tenido que chingar al momento de pesar el café de algún peón y ni siquiera se le ha ocurrido pedirle disculpas, pero verlo como hoy, le subleva algo muy adentro.
Pensando en todo eso oye su nombre mal pronunciado por el hijo del patrón. El tal Ralf quiere ver qué tanto cortan los peones en una jornada. Ha elegido a la Inés, al niño Ramiro, de tan sólo doce años y a él para "tomar tiempos y movimientos", le pareció a Lucio que eso decía, aunque no entendió qué significaban tales palabras. Ahora, con esa vestimenta ridícula y ese sombrero que parece de tela y de cartón, los sigue con un gran reloj en la mano. "Uno de esos que les dicen cronómetros", piensa Lucio.

2 comentarios:

  1. Senocri: Leí el comentario a la entrada anterior, que ahora no aparece. Supongo que a causa de las dificultades que tuvo blogger la semana pasada, debido a las cuales supuse que no podría publicar. Decía el comentario algo sobre esperar la continuación; hoy la entrada es sobre el mismo tema y seguirá en uno o dos post más.

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  2. como ahora voy leyendo al revés, no me pasa como siempre que se me olvida que quiero leer la continuación de algo.
    o sea, dices algo, yo quiero continuación, pero a la sig. semana ya se me olvidó.
    en fin, que ahora me doy cuenta de que no hubo continuación de la historia del cronómetro. ¿la habrá?

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