jueves, 25 de febrero de 2010

Dejemos que escriba "el Profe", I

A ver, ustedes, los que escriben este blog, hoy voy a narrarles una anécdota que oí hace mucho. Quien nos la contó fue uno de nosotros, aunque ahora ya no lo es, o no lo es del todo, vayan ustedes a saber. Hace tiempo que ni lo vemos ni hablamos con él. Se llama Ricardo. Ricardo Esquivel.
Fue en aquellos tiempos en que andábamos iniciando la construcción del partido en Monterrey. Algo así como 1975. Éramos seis y vivíamos en una casa-taller que rentaba la compañera de un trailero: tres cuartos, uno de ellos con una estufa y una tarja. Un baño completo. El patio de la casa se alargaba escasamente dos o tres metros hacia el frente.
Ricardo llegó una tarde en que estábamos reunidos con habitantes de alguna de las muchas colonias irregulares que por aquel entonces existían en Monterrey. Como otros, los ahí reunidos habían invadido sin ninguna autorización predios baldíos y estaban constantemente amenazados de ser desalojados con violencia por la policía del gobierno en turno. De hecho Esquivel vivía en una de esas colonias de posesionarios.
Con apenas veintitantos años a cuestas Ricardo estuvo muy callado y atento toda la reunión, pero al finalizar pidió la palabra.
– Donde vivo hay algunos muchachillos que se drogan diariamente. Vengo a pedirles que me regalen un balón de basquetbol para organizarles juegos en lugar de que se la pasen tomando alcohol o fumando marihuana.
– Nosotros somos un partido político que no regalamos cosas. Sólo les decimos a la gente, como ya oíste, que los invitamos a organizarse para resolver sus problemas. Si quieres quédate con nosotros y te invitamos a una colonia donde al rato vamos a tener otra reunión. Así nos vamos conociendo.
Y Ricardo se quedó por años con nosotros.
En aquella casa que también era taller de una cooperativa que con retazos de telas de algodón hacía discos que se vendían a diversas industrias para pulido de metales, los que ahí vivíamos nos reuníamos cada noche a evaluar el trabajo de organización realizado y planear las actividades siguientes. Ricardo se convirtió pronto en un asistente más a dichas reuniones, dejó para más tarde el asunto de los deportes juveniles y nos fuimos haciendo amigos, además de compañeros de trabajo.
Fe así como un día nos contó un episodio de su vida sucedido unos cinco años antes, cuando era obrero de la fábrica de galletas Gamesa.
Obrero de mantenimiento por las mañanas en la sección de empaque, Ricardo tocaba por las noches la batería en el conjunto de un bar ubicado en un barrio muy popular. Por eso y otras razones tenía mucho arrastre con las muchachas del departamento en que laboraba. Los supervisores, capataces en mejor español, sobre explotaban al personal acelerando el ritmo de las bandas de empaquetado, que por entonces era manual. Esqivel empezó la defensa de las mujeres que empacaban disminuyendo la velocidad de las bandas transportadoras. Los capataces sospecharon que era él quien bajaba el ritmo, pero no pudieron probar nada. El joven continuó organizando la resistencia y la lucha entre las obreras de su sección, sin contar con el sindicato, que era charro. De la CTM por cierto.

Ya escribí mucho. Palabra que lo sigo haciendo mañana.

2 comentarios:

  1. Esto parece nuevo. Estilo más agresivo. Yo diría que más vivo. No sé. Esperaré a ver como sigue. Me ha gustado.
    Y los luchadores que no cejan en su labor.
    Adelante. Hasta la victoria final.

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  2. *suspiro*
    y como dijo mafalda. apurémonos a cambiar el mundo antes de que el mundo nos cambie a nosotros...

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