jueves, 5 de agosto de 2010

Hilario Zapata en un atardecer de 1977, I

Es un atardecer de septiembre en el municipio de Castaños Coahuila. El sol acaba de ocultarse tras las bajas serranías que limitan el amplio lomerío semidesértico, casi planicie, que contempla hacia el oeste Hilario Zapata. Los lejanos montes se ven difuminados por efecto de las polvaredas que un viento cálido y persistente levanta a lo lejos. El cielo azul pálido empieza a tornarse plomizo pero todavía hay bastante claridad. Ni nubes ni atardeceres rojizos ha visto Hilario en la última semana. En la leve hondonada de su izquierda un maizal raquítico anuncia con sus tonalidades que las mazorcas pequeñas y escuálidas que ha logrado producir están listas para su cosecha. Este año la lluvia fue escasa pero alcanzó para producir algo de maíz; en cambio la cosecha de frijol asociado va a ser pobre.
Hilario tiene la vista perdida en esa lejanía grisácea. Son los recuerdos de los últimos meses del año anterior y los tres primeros de éste los que absorben toda su atención. De pronto un par de urracas que descienden sobre el maizal hace que su mirada se dirija a éste. Se quita el sombrero y lo agita con energía. Emite algunos silbidos mientras corre hacia abajo y les lanza una piedra a las urracas. Hay poco maíz; no es cuestión de dejárselo a las aves.
Los frío otoñales todavía no aparecen y la breve carrera hace brotar pequeñas gotas en la frente de Hilario que saca de la bolsa del pantalón un enorme paliacate rojo y se seca el sudor. Su cara suaviza las líneas de dura tensión que tenía hace poco.
“Al menos la pizca de esa parcela me ocupará en algo” piensa Hilario mientras toma la vereda que lo conducirá a casa de sus padres.
Veinte pasos más adelante el rostro moreno del campesino vuelve a endurecerse. Parecería que la oscuridad avanza desde el este borrando al mundo. El silencio en el semidesierto es denso, casi como telaraña que nos rodeara bajo los espinos. La brisa ardiente que más lejos levanta polvaredas apenas mueve las hojas de los mezquites y huisaches que Hilario va dejando atrás. En el silencio de la tarde el ruido que las pisadas del caminante levanta al remover las piedrecillas de la vereda parece restallar sobre el lomerío, pero el verdadero tumulto está dentro de Hilario. Tras la líneas duras e inexpresivas de su rostro su mente es un incendio: hace seis meses la secretaría de la Reforma Agraria le arrebató sus derechos ejidales a él y a doce ejidatarios más de su nuevo centro de población; sin argumentos, sin razones, sin fundamentación. Toda una maniobra absolutamente ilegal. La policía ganadera los desalojó con violencia; llegaron los agentes en siete camionetas y con armas largas. Hilario no ven la forma de hacer valer la ley que asegura sus derechos. Con la última claridad del atardecer sus ojos brillan húmedos, como a punto de dejar caer alguna gota. Apresura el paso, su madre y su esposa deben tener la masa preparada para echar las tortillas.

1 comentario:

  1. Tras la líneas duras e inexpresivas de su rostro su mente es un incendio...

    ¿Cuándo esa semilla brotará unida?

    Fdo: Senocri, el Africano

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