jueves, 13 de enero de 2011

Andanzas de un diputado, II

Con voz airada Talamantes, el secretario general del comité central de mi partido me preguntó aquel día:
– Profe, que pasó en la huasteca
– Nada que yo sepa ¿por qué?
– Cómo que nada. Hubo un enfrentamiento entre campesinos del partido y de la CNC. Hay muertos, algunos nuestros, cinco en total.
Quedé en silencio unos segundos.
– No sé nada – balbuceé al fin.
– Te vas inmediatamente a Huejutla y detienes ese lío.
Fue la orden tajante que recibí antes de colgar.
Mi relativo descanso se acabó en ese momento y ahora que voy subiendo por esta trocha, las sombras de los muertos de aquel día me acompañan y me empujan con urgencia.
– No queremos haber muerto inútilmente – me susurran al oído.
El vehículo trepa como hormiga por la cuesta. Subo por caminos que parecen llevar a ninguna parte, que se cierran, angostados por la vegetación de los bordes de una vía aparentemente poco transitada. Poco a poco la tensión con que empecé a subir disminuye. Una terca pregunta me asalta repetidamente: ¿por qué Talamantes me mandó a mi a la huasteca si hay aquí una base numerosa y disciplinada y muy buenos dirigentes? Al igual que en días anteriores hoy tampoco encuentro respuesta, pero la pregunta hace que disminuya la atención que debo poner al camino. También me distrae otra inquietud: los odios y rencores en el pueblo al que me dirijo no se han apaciguado, existe aun la posibilidad de un nuevo enfrentamiento durante la reunión de hoy; en tal caso los no indígenas que andamos de metiches somos los que más peligramos. Tal vez hiciera bien en no seguir subiendo.
Una violenta curva me ha regresado a la realidad. El instinto sólo alcanzó para frenar bruscamente. Este viejo cacharro se ha comportado más decidido y firme que yo. Si el viejo armatoste que conduzco no hubiera respondido como lo hizo, en este momento iría dando tumbos hacia el fondo del barranco. Tengo que poner más atención al camino. Si he de llevar un susto allá arriba, que sea en el pueblo, entre los indígenas que son amigos, la mitad de los pobladores, más o menos. ¡Qué feo sería caer en estos abismos y morir antes de llegar!
Parece que me acerco a la cima. A lo lejos, por el camino que al fin deja de ascender, se ven las casas de la cabecera ejidal recostadas en una mansa ladera que asciende para morir en un sumidero sin fondo, al menos eso parece desde aquí. Al frente, hacia mi lado izquierdo, un monte se eleva abruptamente como gigante que vigila de parte de dioses náhuatls a uno de sus pueblos elegidos. A los lados de la angosta planicie donde se encuentra el poblado, las laderas se hunden, permitiendo contemplar, más allá de los valles que forman, las cumbres de otros montes donde, vigilados también por dioses desconocidos para mi, otros grupos indígenas mantienen sus reservas de viejos triunfadores, esperando pacientemente, lo han hecho ya durante quinientos años, el día en que superen el sistema que los blancos les hemos impuesto.
Como surgidos de la nada salen del bosque que acabo de abandonar diez o doce indígenas, trotando a su paso serrano. Disimuladamente observan la camioneta; a todos los conozco, seguramente venían cuidando mi llegada. Hacia mí, por el camino, viene Lorenzo, el jefe político del grupo en el que estamos.
– Qué bueno que llegas – me recibe sonriendo – los de la Reforma Agraria acaban de llegar hace diez minutos, gobernación y la procuraduría van a llegar en helicóptero, según dijeron, como a las once; la gente está muy nerviosa, sobre todos los de la CNC; de todas maneras te respetan, aunque no te conozcan; saben que fuiste tú el que nos sacaste a todos de la cárcel y lograste que el gobierno del estado pagara las curaciones del hospital; el bruto de Nemecio [dirigente regional de la CNC] quiso quemarte y les contó los arreglos a los que llegaron aquél día en Huejutla; no te perdona que hayas pedido que la CNC lo mandaran de vacaciones permanentes a Acapulco o le pagaran un curso en el extranjero para que aprendiera a leer.
– Yo no dije para que aprendiera a leer, lo más que se me salió fue decir que para que no regresara a dar lata a la huasteca.
– Total, todos saben que no pediste castigos ni culpaste a nadie, si no fuera por eso, quien sabe, todavía estaríamos matándonos; como quiera tenemos que cuidarte, no vaya a ser la de malas y se nos quiera adelantar un loco de la CNC; ven, vamos a comer un taco.

1 comentario:

  1. ¿Y la CNC no aceptó pagar las vacaciones permanentes?¿El curso en el extranjero? Si resultaba oneroso, siempre podrían ponerlo en una embajada. Eso se hacia antes, si no me equivoco...

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