jueves, 17 de febrero de 2011

Andanzas de un diputado, IV

La asamblea está empezando. Son las once y media de la mañana. Como siempre, los representantes gubernamentales se presentan con boato. El procurador del estado me está haciendo ademanes para que pase al frente. Le digo, por señas, que no. Insiste. Mando a un compañero indígena para que le explique que mi presencia al frente podría encrespar a los de la CNC y para que le asegure que si mis compañeros pretenden conseguir algo más de lo platicado, entonces sí, hablaré, pero desde mi lugar. El procurador ya no insiste. Me distraigo buscando algún dirigente regional o estatal de la CNC. No hay ninguno; a la hora de los sustos abandonaron a sus compañeros. Han transcurrido unos veinte minutos. Como siempre hay tercos, de ambos bandos que insisten en puntos que llevaría nuevamente al rompimiento. Eso hace que la reunión se prevea larga, pero para mi es bastante claro que se va a respetar lo hablado: Reforma Agraria, procuraduría, los representantes de la secretaría de gobierno, están haciendo bien su trabajo. Me distraigo completamente pensando en otros problemas de la región: Atlapexco, el microcentro ecológico de población, en fin, no sé en qué. Estoy seguro que si a los representantes del gobierno se les sale la reunión de control, cosa que no parece que vaya a suceder, mi subconsciente me avisará para que ponga atención. Sé que los campesinos sacarán los acuerdos deseados y cederán , sí, pero no más allá de lo internamente acordado.
De pronto unos aplauso desabridos me llaman la atención. El delegado de la Reforma Agraria está diciendo que sólo faltan las firmas. Por fin terminó la reunión. Veo las caras de mis compañeros indígenas y me doy cuenta que los acuerdos salieron como los esperaban. Lorenzo está feliz.
– Ganamos, ganamos – me dice con entusiasmo.
Yo no sé si ganamos o apenas la libramos; nada es todo triunfo ni todo derrota, pero, sí, creo que sí, esta vez, para todos, nosotros y los de la CNC, en la balanza, pesó más el platillo del triunfo. Estoy cansado. Allá abajo, en Huejutla, me esperan más problemas.
– Vamos, diputado, regrese con nosotros en el helicóptero – me dice el representante de gobernación.
– Subí solo en una camioneta, tengo que bajar en ella – le respondo.
¿Estaré viendo bien o ya alucino?, me parece que el licenciado muestra algo así como decepción por que no acepté ir con ellos; no creo, será el hambre.
Estoy muy distraído, lo que todos llaman triunfo me ha dejado igual. Me gustaría que en nuestro México se acabaran este tipo de problemas. Ya sé, no es posible. Pierdo la noción del tiempo, únicamente sé que ya comí y platiqué de, no recuerdo. Me costó trabajo convencer a los compañeros para que me dejaran regresar. Decían que me quedara a descansar y bajara hasta mañana. Lorenzo me recordó la noche que me quedé saliendo del vado porque se me mojaron las bujías, y el miedo que, yo se lo había contado, tuve hasta que amaneció. No me dejé convencer y ya voy nuevamente por esta cornisa prendida a la montaña como el niño a la espalda de su madre. Voy muy rápido. Debo tener más cuidado.
***
El Profe llegó a Huejutla. Desde lejos supo que se respetaron los convenios. Al principio varios campesinos de la CNC no estaban muy de acuerdo en dejar las hectáreas acordadas para que los ejidatarios de su mismo ejido apacentaran su ganado, pero sus dirigentes regionales fueron obligado por el gobierno a ya no mover las aguas y se estableció la paz en el poblado. Sin abandonar cada quien su organización, los indígenas se dieron cuenta, muy pronto, pues en realidad lo sabían desde hacía mucho, que la paz era favorable a todos y que no peligraba sino por la intervención de líderes que quieren pescar en aguas turbulentas. Sebastián, el indígena exsoldado que organizó la defensa contra la emboscada, y todos aquellos que habían aprendido a usar armas y las habían sacado después de la matanza, cavaron en la tierra y ahí las escondieron, perfectamente engrasadas y protegidas con varias capas de plástico. Esperemos que nunca más tengan que desenterrarlas. Los muertos siguen doliendo, pero en ocasiones, como esta vez, florecen.

4 comentarios:

  1. Muy bueno eso de engrasar y esconder las armas. Por si acaso. Está bien. Recuerdo a unos camaradas que tras la detención de unos militantes del FRAP que conocían escondieron bajo tierra unos libros clandestinos. Eso si antes los envolvieron bien en plásticos. Por si los detenían cuando salieran en libertad sacarlos. No hubo necesidad: los camaradas del FRAP les quemaron los pies, los torturaron hasta dejarlos medio muertos. Pero no hablaron.

    FDO: Senocri

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  2. Ah, gracias por los comentarios últimos. Siempre muy generosos. Lo del poema puedes reproducirlo. El poeta no va a decir nada. Además era revolucionario y se le cita; es decir: no robamos nada, no nos apropiamos de los versos de otros: los aireamos: dejamos que no lo entierre el olvido 'oxidado'. Pues este poeta ya murió. Y si, es muy hermoso. O eso creo yo yo como tu.
    Y me gustaría que leyeras este otro poema en euskera (la lengua de los vascos) y castellano.
    Ya me dirás si te gusta. Puedes reproducirla donde quieras. También es de un revolucionario vasco y un buen poeta:

    http://ever-enen18.blogspot.com/2011/01/gabriel-aresti-nire-aitaren-etxea-la.html?spref=fb

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  3. Sobre lo de Cercas y su 'Anatomía...' que estás leyendo mira en esta dirección: http://www.publico.es/espana/362746/victor-sampedro-sin-el-golpe-de-estado-estariamos-en-un-estado-federal

    Te puede servir

    Fdo: Senocri

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  4. me quedé pensando en las armas engrasadas y en eso estaba cuando lei el comentario de Senocri.
    cuántas armas estarán enterradas por ahí porque no hubo necesidad de sacarlas. cuántas más porque no hubo quién volviera por ellas.

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