jueves, 7 de julio de 2011

Tomás Cruz delira a sus 86 años (mediados de 1975)

Mis vasos sanguíneos soportan la presión de ese líquido que a veces hierve como los manantiales sulfurosos de Michoacán o más bien como esos chorros de agua y vapor de Tecozautla, o del propio Michoacán y siento en mi interior restallar los recuerdos de no sé bien hace qué tanto tiempo, cuando caminaba ya viejo entre multitud de jóvenes que gritaban "chingue su madre Díaz Ordaz" en un coro ensordecedor de ochenta mil gargantas por toda la avenida Reforma o no sé si más bien por el rumbo de la Ciudadela, donde bestias también jóvenes, portando largos palos de similar medida o hechura, nos perseguían, y oíamos balazos no sé dónde, y no sé cómo me protegió aquella vieja que después supe que vivía de hacer tamales y me escondió tras su abultado cuerpo de ángel sin alas y con mucha grasa, de ángel de la guardia de mi infancia católica, mientras por lo huecos sus brazos que mantenía en jarras veía cómo dos de aquellas bestias quebraban con sus largos palos a un viejo de mi edad del que no supe nada más, porque el querubín obeso me arrastró mientras yo gritaba como niño encaprichado "vamos a ayudarlo, vamos a ayudarlo" y me metió en un puesto callejero y se sentó sobre mí para que dejara de aullar y mucho después, ya anocheciendo, me desperté entre la mujer y dos de sus hijos, hombres hechos de más de treinta años, que lloraban de rabia e impotencia hablando de los golpeados, heridos, molidos a palos, que granaderos salidos de ambulancias o carros militares levantaban sin contemplaciones y arrojaban dentro de los vehículos como bolsas de basura, pero salí amaneciendo de la casa de mis ángeles, alados sólo en mi agradecimiento mudo, llorando de rabia e impotencia yo también, para huir a Durango tratando de encontrar al fantasma de Francisco Villa o la memoria de Felipe Gómez o Jacinto Arriaga para ver si podíamos hacer otra revolución, y me topé con la Liga 23 de septiembre y con los pardos, ni rojos, ni verdes, ni amarillos, que bateaban por ambos lados, la izquierda verbal y la derecha hitleriana en los hechos, pero también supe de oídas de un partido político naciente, al menos con ideología y acciones congruentes, y ahora quiero moverme más al norte, a Nuevo León, Coahuila o Tamaulipas para encontrar a esos muchachos que se han autodenominado "brigada Pancho Villa" en Monterrey y que Jacinto, que algún día en un pasado casi olvidado me iba a balacear, afirma que esos sí le dan confianza, y transito por este semidesierto coahuilense mientras mis sienes parecen explotar con ese líquido rojo y espeso que hierve dentro de mí como los manantiales sulfurosos michoacanos, indagando si los resultados de aquellas marchas y derrotas como las de un dos de octubre de maldita memoria tienen que ver con ese espíritu de lucha actual, no sólo espíritu sino combates cotidianos contra el estado capitalista o sus peores aristas, si realmente algo une la efervescencia actual con la matanza que pareció terminar con el movimiento del 68 o con la golpiza que los Halcones nos propinaron aquel 10 de junio de 1971, jueves de Corpus Cristi por cierto, derrotas que diseminaron por todo el territorio mexicano a tanto luchador apasionado, y busco sin saber bien qué, a tropezones, por caminos que nunca imaginé que unieran pasados tan confusos con presentes inciertos como estos de mediados de la década de los setentas.

2 comentarios:

  1. Leído. Me gustó muchísimo.

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  2. "ángel sin alas y con mucha grasa" qué enorme, precisa y bella descripción.

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