jueves, 21 de julio de 2011

Una o dos noches después de haber querido matar a Tomás Cruz

Serían mediados de febrero o hacia fines de ese mes, en 1916. Los tres hombres, Chema, Isidro y Jacinto, tomaban café y comían algo en silencio. La noche era muy fría. No había luna y el resplandor de la hoguera teñía de un rojo cambiante los rostros de los tres muchachos; al fin de cuentas ninguno de ellos tenía más de veinticuatro años. Evidentemente Jacinto era el más joven.
– ¡Ya ni chingas! – dijo de pronto Isidro, dirigiéndose a Jacinto – La próxima vez que vaya a hacer una pendejada avísanos con tiempo. Si no te hubiéramos seguido de seguro matas al periodista ese y los tres federales tu hubieran tronado luego.
Siguieron comiendo en silencio.
– Muchas gracias a los dos – dijo al fin el Chinto – Sobre todo porque si mato a Tomás y logro salir sin que los federales me cosieran a balazos yo creo que ya no hubiera vuelto a ser el mismo. Seguro y me convierto en un asesino más, un bandido que anda huyendo, viviendo del robo y matando para poder sobrevivir.
– Tal vez ese cabrón del tal Tomás, ese intelectualillo de mierda, como tú le dices, estaría mejor muerto que vivo, pero en todo caso avísanos lo que piensas hacer, para que te ayudemos – afirmó Chema.
Terminaron de comer en silencio. Isidro y Chema se arrebujaron es sus mantas y en unos pocos minutos Chinto escuchó claramente sus respiraciones acompasadas. Jacinto avivó la hoguera. El frío era intenso, pero no soplaba el viento, si acaso una brisa juguetona aportaban de vez en cuando más oxígeno a la leña que crepitaba quedamente. Las llamas al crecer iluminaban un poco más el rostro pensativo de Jacinto. Una inmensa tristeza se reflejaba en la cara del muchacho. Sería la añoranza del combate o de la tensión previa al mismo. Tal vez era el recuerdo de Felipe Gómez que siempre tenía algo interesante que decir cuando en noche como aquellas, parecía que hacia tanto tiempo, aunque solamente habían pasado unos dos o tres años, iban hacia el norte de Tamaulipas buscando a Lucio Blanco para aprender junto a él cómo quitarle la hacienda al viejo Alcántara. Bien podía ser la tristeza por los conocidos, como Tomás Cruz, que a veces se portaban como amigos y que de pronto traicionaban los fines que Chinto siempre había buscado en la revolución; aunque, pensándolo bien, muchos nunca habían tenido claro qué es lo que buscaban en la bola. Él, Jacinto Arriaga, sí sabía lo que había venido a buscar. Desde un principio Felipe se los había dejado muy claro a todos lo que lo acompañaron desde Jaumave. Buscarían a Lucio Blanco y se unirían a él en esa lucha para saber cómo repartir la tierra que a los hacendados les sobraba y que ellos necesitaban para tener, como gritaban los que andaban con Zapata allá en el sur, tierra y libertad. Tendría que llegar pronto a Jaumave, su tierra natal, en Tamaulipas. Esperaba que Isidro y Chema lo acompañaran, pero si no querían se iría solo. Con esa idea empezó a dormitar sentado frente a la fogata un poco moribunda a esa hora en la que ya faltaba poco para amanecer.

2 comentarios:

  1. "Seguro y me convierto en un asesino más, un bandido que anda huyendo, viviendo del robo y matando para poder sobrevivir"


    "muchos nunca habían tenido claro qué es lo que buscaban en la bola"

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  2. siempre que me acuerdo de Felipe Gómez me pongo muy triste de que se haya muerto...

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