jueves, 9 de julio de 2009

Altos Hornos, planta uno. Monclova, Coahuila I (octubre de 1978)

Estás parado a la entrada de un largo túnel -cuarenta metros, tal vez-. Hace frío, tus dedos agarrotados se aferran al paquete de dos mil hojas mimeografiadas, como si los volantes fueran un soporte confiable. Te asusta el torrente de obreros, envueltos en sus gruesas y toscas chamarras, que descienden apresuradamente de la larga fila de camiones que se alínean al bordo de la banqueta. El alud humano parece que va a barrerte.

-Tum, tum, tum.

"¿Me irán a correr?" piensas asustado "¿Alguien me dirá, con malos modos, que ahí no se puede repartir propaganda política?"

-Tum, tum, tum

El alud se disuelve a tus costados. Nadie te habla, nadie te toca pero muchos se te acercan. La penumbra del amanecer que todavía no comienza a las 6:35 de ese otoño en Monclova apenas te permite entrever la manos callosas que delicadamente se llevan uno a uno los volantes. No tienes que repartirlos. Al paso, que es rápido, cientos de obreros toman sus volantes. Mientras tú entregas uno, otros diez se van solos.

En menos de quince minutos se acabó el paquete. No fuiste agredido, no fuiste empujado, no fuiste interrogado. No viste rostros, sólo fue un torbellino. No viste sonrisas, ni enojos, ni sentiste emoción entre quienes tomaron las hojas.

Ya sin volantes y sin los temores iniciales empiezas a observar tu entorno. Siguen llegando multitud de obreros, ahora con un poco más de prisa. Sólo ves rostros concentrados, algunos somnolientos, muy pocos sonrientes. La mayoría parecen sombras que pasan veloces junto a ti. Pocos se saludan, tienen que llegar a tiempo para checar su tarjeta.

Poco a poco empiezas a ver detalles. Hay otras seis personas repartiendo propaganda: hojas un cuarto de carta, volantes media carta, un periódico doble carta con seis folios y otros impresos del tamaño de las que te arrebataron. Notas que a todos los que traen propaganda se las quitan como a ti. Algunos, al entrar al túnel ya llevan cinco o seis impresos en sus manos.

El flujo de obreros disminuye, son pocos los que llegan, algunos corriendo y, de pronto, del túnel empiezan a regresar los miles que acaban de entrar.

No puede ser.

Pronto te das cuenta que son los que salen del turno de la noche. Cansados, a paso lento, pero con más bulla, salen platicando, riéndose, empujando. Ya nadie reparte propaganda, pero muchos la traen, la leen, la comentan, se paran a platicar en la banqueta. Han aparecido nuevos elementos: dos o tres personajes siniestros, que sacan gruesos fajos de billetes al tiempo que se les acercan algunos obreros entre los que reparten algo de ese dinero. Poco a poco la luz del amanecer te permite ver mejor el panorama.

Estás cansado, aunque el motivo son más bien tus emociones. Subes a un camión rodeado de obreros sanos, fuertes, toscos, todos con ropas de un vago color gris, polvoso; platican y ríen, otros empiezan a dormitar en el camión. Sólo piensas: "¡Qué fácil es repartir volantes en este punto! ¿Servirá de algo hacerlo?"

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