jueves, 10 de diciembre de 2009

Felipe Gómez el día de la toma de Zacatecas (23 de junio de 1914)

A eso de las nueve de la mañana montaste tu caballo que caracoleaba impaciente; parecía que adivinaba tu desasosiego.
–¿Qué haces a caballo tan temprano? La orden es que comenzamos a las diez, ni un minuto antes: ¡hasta que truene el primer cañonazo! –te dice Jacinto con la confianza del amigo viejo.
–¡Calmado, Chinto! Sólo estoy calentando al caballo. Además sé muy bien que primero va la infantería. Nosotros entraremos al final.
–¿Y cómo sabes eso?
–El otro día alcancé al general Ángeles; iba explicando el plan al tal Juan, uno de sus ayudantes. Ya viste que también cambió los cañones ¡Destanteada que les está poniendo a los pelones!
***
Eres sabio, mucho. Pronto entendiste la estrategia para este día, entre las medias palabras que escuchaste. Pero cada minuto nosotros te oímos y entendemos mejor. ¡Mala señal!
Comprendemos tu entusiasmo. Intuyes muy bien que esta batalla será decisiva. Si la ganan ustedes los repartos de tierra se generalizarán muy pronto. Podrás regresar a Jaumave y abandonar la talla del ixtle. La revolución triunfante le quitará la Maroma al viejo Alcántara y ya podrás dedicarte, con tu hermano Manuel –al recordarlo esbozas una sonrisa–, a cultivar tus propias tierras. Le darás una mejor vida a tu mamá. Tu padre, que murió como peón acasillado, sin dinero para ver a un buen doctor, tal vez se entere y se alegre de tus triunfos.
***
Cuando a las diez de la mañana sonó el primer cañonazo subiste a la loma donde hace tres días colocó unos cañones Felipe Ángeles. No duraste mucho bajo el escuálido pirul: los pelones empezaron a bombardear la posición creyendo que los cañones todavía estaban por ahí. Regresaste y con tu grupo de a caballo te moviste a otro punto, lejos de donde estallaban las granadas enemigas, pero siempre cerca de Maclovio. Tendrás que esperar pacientemente la orden de que la caballería ataque. Hoy es el día de la artillería y de la infantería, aunque ustedes sean los preferidos de Pancho Villa. Quieres seguir viendo la batalla, pero Maclovio ha ordenado que ustedes descansen y tomen algo de alimentos. Hubieras preferido ser de los que están llevando parque y agua a los de a pie, sobre todo que desde donde estabas observaste claramente cómo se avanza: la artillería de Ángeles bombardea un punto mientras los de a pie esperan; cuando acaba el bombardeo la infantería toma el punto bombardeado y vuelven a esperar que se destruya la siguiente línea enemiga. Sabes, no entiendes bien por qué, pero lo sabes perfectamente, que este día la victoria será de ustedes.
***
Nosotros que escribimos tenemos una ventaja sobre los que leen. En nuestra condición podemos ir a varios lugares y escuchar lo que otros no oyen por estar muy lejos. Así, faltando como unos veinte minutos para las seis de la tarde de ese 23 de junio, escuchamos claramente lo que dijo Felipe Ángeles al ver que los federales abandonaban sus posiciones y huían desordenadamente:
“Ve a decirle al General Villa: ¡Ya ganamos, mi general!”
Aunque eso era cierto aún faltaban muchos tiros por dispararse.
***
Por fin, poco después de la seis de la tarde de ese día de solsticio veraniego, a tu grupo de caballería se le dio autorización para intervenir en la toma de la ciudad.
Te fue muy difícil avanzar al paso guardando las energías de tu montura para el asalto final. Cuando llegaste a las primeras casas de Zacatecas te ganó la impaciencia. Sentiste la victoria que a esa hora ya estaba asegurada aunque los pelones, cortadas todas las salidas de la población, luchaban todavía para defender su vida, ya que no había nada más por qué pelear. Espoleaste tu caballo y te adelantaste irresponsablemente al grupo de la gente que mandabas. Entre el polvo y el zumbar de las balas Jacinto te vio por última vez sobre la silla de montar. A caballo no había quien te parara.
***
Son las ocho de la tarde. En estos largos días hay todavía mucha luz. Nos encontramos a Jacinto sentado en el reborde de una banqueta. Con él no podemos adivinar lo que piensa. Falta mucho para que sea de los nuestros, pero notamos claramente que está llorando. La victoria, completa a esas hora, no la ve ni la siente. En el silencio de ese atardecer escuchamos los sollozos del hombre que no llega a los diez y nueve años. A su lado, tras los escombros de una casa bombardeada descubrimos el cadáver de Felipe todavía en actitud de disparar su treinta-treinta. A mitad de la calle está reventado el caballo en que siempre cabalgaba.
Con una extraña mezcla de tristeza y rabia Jacinto se pone de pie y grita golpeándose el pecho.
–Federales, pelones hijos de la chingada: Ahora seguiré luchando con Pancho Villa hasta que no quede ninguno de ustedes vivo.

2 comentarios:

  1. Ya te lo dije antes y te lo vuelvo a decir aquí. Esta entrada es perfecta. Hermosa en su perfección. Y este es el guayabazo más grande que te he tirado jamás... pero pues que le hacemos. (Harto).

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  2. Mi impresión es parecida a 'Botica Pop': el relato es como si se recreara en la propia cadencia de las palabras; sintiendo el ritmo, la progresión de la batalla, la lentitud de las cosas... hasta que explota:

    –Federales, pelones hijos de la chingada: Ahora seguiré luchando con Pancho Villa hasta que no quede ninguno de ustedes vivo.

    Como nos enseña el marxismo en filosofía: los cambios cuantitativos conducen a transformaciones cualitativas.

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