jueves, 14 de enero de 2010

Terrenos fértiles entre el río Tula y Puerto Tetzo I. Su estado a principios de 1985

Al igual que yo, cuando tallaba lechuguilla en Jaumave –nos siguió contando Felipe Gómez en alguna otra ocasión– aquellos jóvenes indios de Puerto Tetzo pensaban en tener parcelas propias para vivir de ellas. A mí no me tocó vivir en un ejido, pero para algo hemos luchado tantos mexicanos, entre otras cosas para que haya muchos ejidos.
Entonces fue cuando Maurilio Casavieja, ñahñúh de diez y ocho años con sus derechos a salvo de Puerto Tetzo, oyó un día de plaza, en Ixmiquilpan, comentarios contradictorios de los "bárbaros, salvajes"–decían unos– o "valientes y orgullosos" –afirmaban otros– ejidatarios y comuneros del Mezquite, que "habían corrido a alguien y le habían tirado su casa" para "defender sus tierras" o por ser "unos hijos de la chingada", decían las conversaciones captadas a medias entre el tráfago del comercio semanal.
Cuando Maurilio les contó lo escuchado a sus compañeros, algunos de ellos también habían oído el rumor o la historia, llena de matices diversos y contradictorios, pero había detalles que se repetían: ni la policía ni nadie del gobierno había intervenido para castigar a los bárbaros y salvajes. Tanto el gobierno municipal como el estatal, por alguna razón desconocida, se hacían los ciegos y sordos ante el desalojo. No había noticias del hecho en los periódicos pero radio rumor no podía estar equivocada. Maurilio propuso ir al Mezquite y no sólo averiguar qué había pasado y si la defensa de los bienes comunales era cierta, sino buscar la posibilidad de que aquellos aguerridos campesinos los ayudaran en su lucha por conseguir tierras ejidales.
No se equivocaron los jóvenes de Puerto Tetzo en ir al Mezquite, aunque la comisión que los representó, presidida por Maurilio Casavieja, regresó únicamente con la certeza del desalojo, una explicación no muy clara de que el gobierno sabía que comuneros y ejidatarios tienen la razón, la afirmación de que todavía les faltaba sacar de la cárcel al presidente de su Comisariado ejidal y un pequeño libro que en su portada decía "Ley de la Reforma Agraria"; sólo eso, pero al final ese librito les abrió un camino lleno de dificultades pero que los permitió convertir en propiedad colectiva –propiedad social decían los técnicos en aquél entonces– los terrenos que un tal Gabriel Hernández Quiñones, funcionario de Ferrocarriles Nacionales de México, había convertido en su propiedad privada.

1 comentario:

  1. Cuando leí el anterior relato pensé que eso de remitirnos a otro relato anterior estaba muy bien, pues así lograríamos enterarnos de que van los cuentos. De momento solo vamos espigando algunos trazos. Suponemos que poco a poco irán cuajando en narraciones con fines precisos. Lo que se nos queda son retazos de ambientes campesinos muy pobres y además, casi como si se quisiera resaltar, añadiendo, como si fuera un salto en la realidad, una realidad obrera más avanzada. No sé. Por ahí voy cogiendo hilos.

    Con respecto a los comentarios en torno al sectarismo que te he leído no puedo por menos de estar de acuerdo. Mas como decía Marx que acción y pensamiento van unidos y es verdad el que se queda ahí tan solo con la teoría se queda un poco corto. De manera que poco a poco deberían de ir surgiendo organizaciones que llevaran a la práctica esos principios alejados del sectarismo. Yo comprendo que no se hace de la noche a la mañana, pero por ahí deben ir los tiros.

    Fdo: Senocri, el africano.

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