jueves, 8 de julio de 2010

Batallas perdidas III

Eran los tiempos en que se empezaba a construir un nuevo partido en Nuevo León. Ya les conté cuando éramos seis muchachos inexpertos viviendo en una casa taller donde unas mujeres organizadas en cooperativa producían discos para pulir metales a partir de recortes de telas de algodón. Por cierto la casa la rentaba la esposa de un trailero, el menos joven del equipo de seis constructores del nuevo partido. Encabezaba el grupo un tamaulipeco con experiencia en luchas estudiantiles y un poco más de un año de lucha construyendo el partido en otros estados de la república: Pablo Vilchis es su nombre. Cierto día Pablo me dijo:
– Profe, vinieron dos campesinos desde el municipio de Cerralvo. Alguien de la colonia Veteranos de la Revolución les contó de nosotros. Dicen que forman parte de un grupo grande que quieren tierras ejidales. No saben por dónde empezar. Nos invitan a una reunión dentro de cinco días, el próximo sábado. Nos esperan a las diez de la mañana en el kiosco de la plaza principal de la cabecera municipal. Vas a ir tú a atenderlos.
Yo no sabía nada de movimientos ni de luchas campesinas. “No importa” me dijo Pablo, “aquí tienes una Ley de la Reforma Agraria; con esta arma puedes hacer cualquier cosa” y durante un poco más de media hora me habló, libro en mano, de los artículos que abrían la posibilidad de luchar por la tierra, contra el latifundio y por la propiedad colectiva de los medios de producción en el campo. “Hay que saber buscar lo que favorece a la lucha y a la organización” terminó diciendo y me dejó estudiando la ley, actualmente abrogada, que llegué a conocer y manejar bastante bien.
El sábado convenido fui al encuentro del grupo. Nos reunimos en una casa de las afueras de Cerralvo ese sábado y otros tres más. El grupo era muy inestable, venían unos, se iban, venían otros y también se iban. Decidimos que las siguientes reuniones las haríamos en Monterrey, donde vivían varios de los asistentes a dos o tres de las reuniones. El grupo nunca se consolidó, pero uno de los asistentes más asiduo se llamaba Casimiro Herrero; alguien nos contó de él el jueves pasado primero de julio.
Ya sabemos que, aparte del sueño de ser ejidatario, Casimiro había heredado unas cuantas hectáreas próximas a Monterrey, pero bastante lejanas de la ciudad; podían considerarse rurales. En esos terrenos sí se consolidaron las reuniones semanales con campesinos semiurbanos que estudiaron la Ley de la Reforma Agraria entonces vigente, la usaron convenientemente y dieron una lucha larga y tenaz que terminó en derrotas, no absolutas pero sí dolorosas. Nostalgias vendrán con recuerdos aparejados y otros conocedores de luchas agrarias como Felipe Gómez, Jacinto Arriaga o Tomás Cruz, que observaron sin participar tales combates, aparecerán en nuestros sueños que apuntan tercamente hacia el futuro.

1 comentario:

  1. ya veo el hilo conductor que antes no vi.
    ¿será que me estoy acostumbrando a leer los fragmentos como si fueran eso, fragmentos?

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