jueves, 4 de noviembre de 2010

Tomás Cruz en el hospital del IMSS de Villahermosa Tabasco, III (1964)

Estamos alrededor de la Cama de Tomás Cruz ¿Cómo es que oímos sus pensamientos?
Son dos enfermeras por turno las que atienden este módulo hospitalario con cuatro camas, separadas con unas cortinas verde claro. En el turno de la tarde una de las enfermeras trata con mucha brusquedad a Tomás, no sólo a él, a los otros tres enfermos los trata igual. La otra, más joven y siempre alegre, aunque a veces se ve muy cansada, se ha encariñado con nuestro moribundo, le habla con suavidad, le toca con ternura la frente, le acaricia el brazo amoratado por las conexiones del suero, un día al ir saliendo del módulo le oímos murmurar claramente “¡Cómo se parece a mi abuelo!”.
A ratos el cerebro de Tomás es un caballo desbocado, como los que monté en la batalla de Celaya. Oímos sus pensamientos ¡mala señal! pronto va a ser uno de nosotros, pura memoria colectiva en el subconsciente de cualquier mexicano que haya vivido o luchado en el campo sus derechos ejidales o haya combatido en la fábrica contra la patronal explotadora y los líderes charros.
Ayer, a esta misma hora, ya atardeciendo, Tomás se sentía en su delirio nuevamente joven estudiante, sabiéndose un viejo de más de setenta años. Se veía a sí mismo en diversas manifestaciones multitudinarias de las luchas obreras de fines de los cincuenta, hace apenas cinco años. En ocasiones gritando a favor de los ferrocarrileros, en otras apoyando a Othón Salazar y a los maestros que encabezó. Recordó entre las brumas de la fiebre que tanto Othón como Demetrio fueron apoyados por el Partido Comunista Mexicano. Tembló, no supimos si a causa de la fiebre tan alta o por el miedo o la indignación cuando recordó que hace cinco años él mismo fue acusado de “periodista comunistoide” luego de escribir sobre las movilizaciones que orillaron al gobierno a soltar a Othón, que solamente estuvo preso tres días. Casi grita de coraje cuando apareció en su delirio Demetrio Vallejo, que aún está en Lecumberri*, y hubiera gritado mil imprecaciones si no estuviera tan débil y la enfermera joven no hubiera llegado a hablarle con suavidad y no le hubiese acariciado la frente, poniendo en ella paños húmedos.
A los pocos minutos sus delirios lo llevaron a recuerdos más antiguos. Se rebullía en la cama mientras su cerebro afiebrado lo conducía a las manifestaciones en apoyo a la expropiación petrolera, por allá en el treinta y ocho, y a las festivas entregas de tierras ejidales en la Costa Grande del estado de Guerrero y en La Laguna, en Coahuila, tiempos en los que él todavía no creía mucho en la revolución.
¡Qué bueno que la enfermera no nos ve ni nos presiente! Nos hubiera corrido inmisericorde. No son horas de visitas ni Tomás, ya casi en la agonía, está para ellas.

*Lecumberri: cárcel en que se acostumbró recluir a los presos políticos durante casi todo el siglo XX, ahora convertida en el Archivo General de la Nación (nota del editor)

2 comentarios:

  1. Recordando la lucha hasta las puertas de la muerte.

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  2. qué conmovedora es esta entrega.

    "uno de nosotros, pura memoria colectiva en el subconsciente de cualquier mexicano que haya luchado sus derechos..."

    y qué verde es la habitación y qué dulce es la enfermera. qué vivos están esos muertos.

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