jueves, 3 de febrero de 2011

El mimeógrafo de los azules I (Monclova, a mediados de 1979)

Apenas cruzó la puerta del local del partido, o de los ex verdes, o de ya no sabíamos bien quién, acostumbrados como estábamos a ni siquiera usar saludo formal, Reynaldo casi gritó alborozado:
– Profe, Profe, Profe, te anda buscando Miguel Sepúlveda , representante de los azules – su voz aparentaba emoción, pero en su ojos brillaba la curiosidad, algo de malicia y mucho de travesura.
Estábamos en el local, en torno a aquella enorme mesa que hasta de cama me había servido, unos diez o doce obreros y yo. Reynaldo llegaba retrasado ese día; los jóvenes de la 288 ya habían empezado a platicar sobre su próximo volante y los tres o cuatro obreros de la 147 escuchaban atentos, con gran interés, listos para opinar. Los muchachos de la 288, con mayor preparación académica, respetaban muchísimo la opinión de los obreros de la Planta Uno, dada la enorme experiencia de lucha sindical de los obreros de más edad.
Las palabras de Reynaldo , que jovialmente interrumpieron la reunión, no molestaron, pero sí causaron enorme expectativa. Todos, menos yo, sabían quién era Miguel Sepúlveda y hasta yo sabía quiénes eran los azules.
– ¿Quién es ese? – le pregunté a Reynaldo – No lo conozco ¿Qué quiere?
– Seguro Napoleón quiere comprarnos. Sólo así entiendo que te mande a los azules.
– Pinche Napoleón. Ya le preocupó lo que estamos haciendo – dijo algún joven de la 288.
– Tranquilos, cabrones – terció Luciano, aquel obrero de la 147, gruísta de primera, que en sus tiempo libres mantenía la arena de lucha libre en el patio de atrás de su casa – Si a mí me hablaran los azules, o los rojos, yo si iría a ver qué chingados quieren.
– Ve a verlo; dice que te tiene una propuesta – Reynaldo se sentó junto a Luciano y le dijo algo en voz baja. Ambos rieron suavemente.
– Sigamos con lo de nuestro volante – cortó alguien.
Le hicimos caso al obrero de la Planta Dos. Se acordó el contenido del volante; tendría que estar mimeografiado para el día siguiente. Mil ejemplares. Pasarían por ellos los del primer turno después de su salida.
Fue entonces cuando Reynaldo volvió a la carga, pero ahora ya serio, casi preocupado.
– ¿Qué le digo a Miguel?
El intercambio de opiniones fue corto. Los cuatro obreros de la 147 me empujaron a que fuera a ver al tal Sepúlveda y averiguara lo qué pretendía. Los muchachos de la Planta Dos se veían desconfiados. Alguno de ellos sugirió que dos o tres me acompañaran.
– Estás güey. Si va uno de nosotros Miguel ya no hablaría a su gusto. O qué ¿no le tienes confianza al Profe?
Todavía insistieron los de la 288; que habría que protegerme, dijeron.
– ¿Protegerlo de qué? ¿De que lo vayan a madrear? ¡Para madrearlo no lo llaman! En cualquier esquina le rajan su madre – dijo Luciano, el luchador.
– Miren cabrones – añadió Reynaldo, y dirigiéndose a mi – Si Napoleón te compra nosotros mismos te madreamos y te mandamos a Monterrey ¡No vuelves a poner un pie en Monclova! Ve solo. Esa cabrón de Miguel no te va a hacer nada.
Se desataron las bromas pero quedó claro que iría solo a ver a los azules. Ya les informaría que quería Miguel Sepúlveda.
Cerramos el local y nos fuimos a una cantina; no todos; sí los de la 147 y sólo uno de los jóvenes de la Planta Dos. Hacía mucho calor.

2 comentarios:

  1. Creo que se procedió correctamente siguiendo con la confección del escrito apartando como secundario la llamada del tal Sepúlveda; no así dejando al Frofe ir solo a la entrevista con el mentado.

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  2. siguiendo la idea de Talín, yo creo que era correcto dejarlo ir solo. no puedes trabajar con alguien en quien no puedes confiar. por otro lado eso de que si napoleón te compra nosotros mismos te madreamos me sacó una buena carcajada. aunque no es que sea chistoso, eso está claro.

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