jueves, 16 de junio de 2011

Tomás Cruz reflexiona a sus 86 años (mediados de 1975)

Toda una vida cabalgando sin caballo y de pronto recibo la visita de Gabriel que trae dos libros en la mano izquierda, uno de los cuales nos relata la vida del patriarca que comenzó su camino en una revuelta militar y que ya perdió la cuenta del tiempo que lleva gobernado y el novelista nunca nos dijo que alguna vez anduviera a caballo y el otro libro nos narra la vida de los Buendía, algunos de los cuales hicieron no recordamos cuantas guerras revolucionarias sin tampoco galopar por las selvas ni las serranías del país al que pertenecía Macondo, distanciándose en eso, patriarca y generales, de las guerras de la primera mitad del siglo XX que en mi patria se hicieron a caballo y cuando las distancias eran muchas las bestias viajaban en los vagones del ferrocarril cuyas vías trazó el régimen de Porfirio Díaz mientras sus jinetes se trasladaban en los techos de los mismos vagones para bajar y, a caballo, llegar como las olas del mar remoto nunca visto por quienes conducían a sus cabalgaduras para destrozar a los ejércitos de los oficialistas de Huerta, convirtiendo así al caballo en el símbolo de la lucha que a pie hemos dado tantos en la segunda mitad de este siglo que sin darnos cuenta ya va galopando más allá de sus tres cuartos para pronto alcanzar los cien años no de soledades, sí de solidaridades que pasan sin tocar laberintos abandonados y caminan por calles y carreteras del México asaltado y pisoteado por una modernidad ciega, sorda, deforme, monstruosa, abrumadoramente desigual, copiada desde algunos desvanes o sótanos brumosos y lejanos, modernidad etérea que amenaza con hacernos olvidar el caballo desde que los dirigentes revolucionarios que secuestraron tal título descendieron de la silla de montar para abordar orondos los cadillacs y los mercedes de vidrios ahumados y blindados desde cuyo interior nos contemplan creyéndose seguros, pero nosotros seguimos a pie tras los caballos de Zapata y Villa que aceptaron a su lado, gustosos, al Che y su motocicleta y estuvieron siempre presentes en las marchas estudiantiles de hace siete años que, aunque fueron aplastadas por el ejército y en apariencia derrotadas, mandaron a cientos de organizadores a todos los rincones de la patria para que ahora, recorridos los tres cuartos del siglo, surjan por doquier multiplicidad de movimientos que ya han cambiado el rostro de este país que parece dispuesto a enfrentar resueltamente al imperialismo neocolonialista que viene del norte, y en estas vuelta y revueltas llevo ya una vida cabalgando sin caballo, tras Felipe Gómez, Jacinto Arriaga y tantos y tantos que han muerto peleando con el fusil real o metafórico para lograr los cambios que nos trajo el vendaval de una revolución incompleta y a ratos moribunda pero que en estos días parece estar despierta de nuevo para mover aquí y allá a los que estamos inconformes.

1 comentario:

  1. "... pero nosotros seguimos a pie tras los caballos de Zapata y Villa que aceptaron a su lado, gustosos, al Che y su motocicleta y estuvieron siempre presentes en las marchas estudiantiles de hace siete años que, aunque fueron aplastadas por el ejército y en apariencia derrotadas, mandaron a cientos de organizadores a todos los rincones de la patria para que ahora, recorridos los tres cuartos del siglo, surjan por doquier multiplicidad de movimientos..." Como por ejemplo, los 'indignados' de España y otros lugaras.

    La lucha como la vida continúa aunque nos vayamos muriendo. Una lección de optimismo para morir tranquilos, pues nada se va sin dejar su huella, como reza un dicho ciertamente científico.

    O eso creo yo.

    Fdo: Senocri

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