jueves, 27 de octubre de 2011

Arcaicos decretos ayudan al crecimiento de la lucha ixtlera en los desiertos del norte de México

Los ejidatarios de La Presa de las Mulas se acercaron al partido naciente porque el embalse del que vivían se iba a secar si permitían que un terrateniente les cortara el suministro de la poca agua de lluvia que lo alimentaba al poner bordos en los escurrideros por los que bajaba el líquido de la sierra (pueden verse antecedentes aquí).
Lejos estaban de imaginar que un decreto federal, desconocido por ellos, les daría una primera e importante victoria, tras la cual acometerían la promoción de un movimiento ixtlero más.
Tal y como les dijo el Profe en la primera visita que les hizo, él se limitó a contar a sus compañeros de partido el problema que enfrentaban los ejidatarios.
Pablo Vilchis, que por aquel entonces encabezaba el grupo de los jóvenes constructores de la nueva organización, había oído hablar muy bien del delegado de la entonces Secretaría de Recursos Hidráulicos en Nuevo León, un joven funcionario con una sólida formación en ingeniería hidráulica, que atendía los problemas del estado con gran cuidado técnico pero también sensible político con experiencia en luchas estudiantiles y populares, que aun siendo priísta, como se suponía de todos los funcionarios de aquel entonces, no había tenido ningún empacho en presentarse personalmente en una invasión de tierras en el sur del estado, sin que le correspondiera a su secretaría resolver ese problema, pero dado que conocía a los invasores por haber tratado con ellos asuntos de riego o usos de agua, resultó un buen mediador para lograr la resolución pacífica de la explosiva cuestión.
Pablo consiguió una entrevista con el mencionado funcionarios, cuyo nombre es José Luis Adame de León, y se hizo acompañar del Profe. Fue éste quien le explicó al funcionario el problema que enfrentaban los campesinos de La Presa de la Mulas, preguntando al final si como funcionario federal veía alguna solución. La amplia sonrisa del funcionario les dio esperanzas al Profe y a Pablo, pero la respuesta de José Luis Adame fue sorprendente:
– Creo recordar que las aguas de esa presa y la que fluye por todos los escurrideros que la surten fueron declaradas aguas federales tal vez desde fines del siglo XIX. Eso fue así porque el agua de la presa era la única disponible para surtir a las locomotoras que pasaban por la estación de Paredón. El liquido se transportaba precisamente en carretas de mulas, de ahí el nombre de la presa. Eso fue indispensable mientras las máquinas del ferrocarril eran de vapor. No creo que el decreto se haya derogado ahora que sólo se usan las locomotoras disel. Denme tres días para confirmar todos estos datos, que recuerdo desde la universidad, y el jueves les comunico por teléfono el resultado. Si se confirma todo esto, y estoy seguro que sí se confirmará, el problema está resuelto: como ese tal terrateniente, sea quien sea, no pidió permiso para usar, desviar o detener aguas federales, la secretaría está facultada para ordenar la inmediata destrucción de los bordos y levantar hasta responsabilidades penales contra el infractor, si hiciere menester.
Los datos se confirmaron y la orden fue acata por el terrateniente, del que nunca más supimos nada. Quedaba una labor importante que hacer entre los ejidatarios: en adelante sería muy difícil, si no imposible, encontrarse con funcionarios con las características de José Luis Adame, por lo cual debería organizarse y prepararse para dar batallas de varios tipos si querían seguir resolviendo los problemas que enfrentaban. Cuando dijeron que resuelto lo del agua el tema que más les preocupaba era el precio del ixtle, que lo que estaba pagando la Forestal por kilogramo ya no les alcanzaba para enfrentar sus necesidades básicas, ellos mismos iniciaron la organización de las cooperativas ixtleras aledañas naciendo así otro movimiento del que ya hemos hablado y que se sumó a la larga historia de luchas dadas por los campesinos del desierto del norte del país, esta vez en torno a un nuevo partido político con raíces firmemente hundidas en el pasado de la revolución mexicana. No era casual que los jóvenes que lo organizaban y de los que aquí se ha hablado, se autodenominaran “brigada Pancho Villa”, aunque ciertamente más como apodo, o simple rasgo de identidad interna, que formalmente.

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