jueves, 24 de marzo de 2011

Algunos recuerdos de Jacinto Arriaga II

Cuando Isidro, Chema y yo iniciamos el camino a Tamaulipas, una noche en que todo lo veíamos negro, no imaginábamos que recorreríamos más de mil quinientos kilómetros durante casi seis meses. Tampoco pensábamos que unas cinco semanas después Isidro se despediría de nosotros. Nunca más hemos vuelto a saber de él.
Transcurridos unos pocos días nos dimos cuenta que viajar con una mula cargada de parque nos podía llevar a un paredón en algún pueblo cualquiera. Ahora no me explico por qué tomamos rumbo a la frontera. Hacia el norte fuimos encontrando fuerzas carrancistas, de modo que cambiamos rumbo y nos dirigimos al sur, seguros que más a centro del estado los pueblos todavía serían villistas.
En las cercanías de Casas Grandes decidimos vender el parque. Era más fácil esconder monedas que balas. La mula también la vendimos y entre bromas aseguramos que ni locos íbamos a trabajar de arrieros. Nos repartimos el dinero sin desacuerdos y seguimos nuestro camino hacia el sur.
Así llegamos a la ciudad de Chihuahua donde encontré de nuevo a Tomás Cruz. A mí no se me olvidaba Tamaulipas ni la Maroma, es decir la hacienda del viejo Alcántara, pero Chema e Isidro no tenían ninguna prisa en llegar. Yo, que siempre buscaba algo que leer, me encontré un periodicucho en que Tomás Cruz escribía alabanzas a un generalillo que según esto andaba persiguiendo a los villistas que por ahí quedaban desperdigados. Me encabroné de verdad; me dije "a ese pendejo yo lo mato por traidor y lameculos". La última vez que lo había visto era un día antes de que perdiéramos en Celaya y ya desde la convención de Aguascalientes había dado señales de que quería pasarse a los carrancistas. Ahora le andaba haciendo el caldo gordo a uno de tantos militares que solo querían subir y hacerse ricos robando. A un intelectual, como se llamaba a sí mismo Tomás, que anduviera escribiendo esas pendejadas sería mejor enterrarlo cuanto antes. Con gente como ellos la revolución se iba a ir al hoyo. Mejor que se adelantaran solos.
Busqué la imprenta donde hacían el periódico y tuve suerte. Tomás seguía en la ciudad y me dijeron dónde acostumbraba estar: una cantina cuyo nombre no recuerdo. Lo encontré al día siguiente en la cantina y poco faltó para que ese día me convirtiera en asesino. A Tomás lo salvaron los tres soldados carrancistas con los que andaba tomando y Chema, Isidro y yo tuvimos que huir esa misma noche. Mañana les cuento lo que pasó en la cantina.

2 comentarios:

  1. Mañana será otro día, sin duda. Esperaremos ansiosos.

    Senocri

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  2. nunca he entendido muy bien la relación entre jacinto y tomás. a lo mejor sólo me hace falta refrescarme la memoria...

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