jueves, 23 de septiembre de 2010

Batallas perdidas IV

Hace dos meses y medio, el 1 de julio, Felipe Gómez nos narró cómo se formó una colonia semiurbana al norte de la ciudad de Monterrey. Ocho días después yo empecé a contar cómo fue que llegué a esa colonia. Ahí se formó un organismo importante del partido en que militaba y que se estaba construyendo en Nuevo León. Para entonces ya había una dirección estatal del partido, la cual me hizo responsable de atender al grupo recién formado y que con el tiempo conoceríamos como grupo “Cucharas”, por llamarse así el paso del río que estaba relativamente cerca. Mi responsabilidad era hacer que el grupo se reuniera cada semana, el mismo día y a la misma hora, estudiara, analizara, y tomara acuerdos para mejorar su situación y así prepararse para colaborar en la mejoría general de la sociedad.
No recuerdo haber logrado tanto, pero las reuniones semanales se mantuvieron mucho tiempo; conmigo casi un año. Poco a poco se fue configurando el principal objetivo de la reuniones: formar un ejido solicitando las tierras que nos sonreían del otro lado de la carretera. Que sonreían lo asegurábamos nosotros sin dudar, por más que esas tierras ni llorar podían de tan abandonadas que estaban.
Pero en fin: se estudió bien la Ley de la Reforma Agraria y se formó el Comité Particular Ejecutivo, órgano legal de gobierno y de representación del grupo que demandaba ejido. Fueron setenta y tres los campesinos que se señalaron con derecho a tierras. Firmada la solicitud se entregó a la autoridad correspondiente y nunca más hubo respuesta oficial a la misma. El grupo guardó la solicitud con el sello oficial de “recibida” y con ella en la mano inició una larguísima guerra burocrática que no hizo avanzar el trámite ni un milímetro.
Casi un año después, con un partido estatal más consolidado y estructurado, en una reunión del Comité Central del partido fui comisionado a la ciudad de Monclova para sembrar allá el partido y me despedí del grupo de Cucharas, que siguió reuniéndose cada ocho días. Finalmente el grupo decidió invadir los terrenos solicitados. El gobierno estatal los sacó de las tierras y ahí terminó la lucha.
– ¡Qué mal informado estás! – casi grita, furioso, Felipe Gómez desde su lugar – sí invadieron y sí fueron desalojados, pero ahí no terminó la lucha – añade ya más calmado – además hay mucho que contar en torno a la invasión ¿O ya no te acuerdas, Profe?
– Pues entonces te toca seguir narrando, porque si yo continúo seguramente inventaré muchas cosas.

3 comentarios:

  1. Pues esperaremos la continuación del relato.

    Algún día te pediré que me digas si esos QUE NOS ESCRIBES TAN MAGNÍFICAMENTE son invenciones o es la descripción de accionesd reALES.

    sENOCRI, eL aFRICANO ESSPAÑOLIZADO

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  2. Para Senocri: Con mucho gusto deseo comentarte algo sobre mis escritos, pero no quiero hacerlo públicamente. Si lo crees conveniente mandame una dirección de correo electrónico a sincaminosprevios@gmail.com y por ese medio te comentaré algo de lo que aquí preguntas.

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  3. las tierras que les sonreían aunque ni llorar podían, es una frase que describe magistralmente a esas tierras y a quienes les buscaban. magistralmente.

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