jueves, 28 de enero de 2010

La Esperanza III, Coahuila (julio de 1975)

Hilario y sus cuatro compañeros has escogido el fondo de un extenso valle para construir el poblado. Las veinte mil hectáreas con las que han dotado su nuevo centro de población, desde el río Bravo hacia el sur, cuentan con buena variedad de terrenos. Hace dos meses, el 23 de mayo exactamente, los veinte beneficiados y el personal técnico de la Secretaría de la Reforma Agraria terminaron de trazar el polígono que abarca las veinte mil hectáreas. Con eso se ejecutó la dotación y ahora esas tierras pasaron de ser propiedad de un gringo cuyo nombre no nos interesa a ser propiedad colectiva de los veinte nuevos ejidatarios que deberán construir su nuevo centro de población. En la resolución presidencial aparece el nombre: "La Esperanza".
Hoy, dos meses después, al pie de una loma que se alza no más de cien metros sobre la llanura que poco a poco se abre en un amplio valle, los cinco nuevos ejidatarios se mueven en torno a dos viejas camionetas pik up. De ellas bajan vigas, láminas corrugadas de cartón y herramientas varias, con lo que van a iniciar la construcción de sus futuras casas.
-Si nos apuramos podremos dormir bajo techo
-Hace calor y no va a llover. Hoy podemos dormir al raso ¿Qué prisa tenemos?
-¡Pásame la barreta! Aquí empiezo a poner el primer poste.
-¡Espérate! Primero vamos a ver dónde y cómo van a estar las casas. Hay que hacer un trazo.
-¡Qué trazo ni qué la chingada! Ya mañana veremos dónde y cómo.
-¡Chíngale y no estés jodiendo!
Minutos después los cinco, sudorosos, trabajan en silencio. Solamente se escuchan el golpear de la barreta y la pala que lanza la tierra.
-Ahí la llevas. Acá hacemos el otro hoyo.
-Allí está bien. Voy yo.
***
Mientras los cinco nuevos ejidatarios comienzan la construcción de su poblado, a unos ochenta kilómetros de donde trabajan, dos policías ganaderos sostienen la siguiente conversación:
-¿Qué piensas de esos nuevos ejidatarios de la Esperanza? ¿Tú crees que nos vayan a estorbar?- dice uno de ellos, conocido como el Ruiz. Flaco, la piel requemada por el sol, el sombrero casi tocando el techo de la camioneta que conduce por la brecha polvorosa e interminable.
-Están bien morros. Ni se van a dar cuenta de lo que hacemos. En todo caso ya verás que al final nos van a ayudar, como los Soriano- afirma entre los bigotes tupidos y largos, pero cuidados, el otro policía.
-No te confíes, Carmelo, están jóvenes pero se ven muy listos.
-¡Bah! Déjalos por mi cuenta.
-Mejor llegando le contamos bien al jefe. Él nos dirá qué hacer.
-Bien, ya déjame dormir un rato.

jueves, 21 de enero de 2010

Otro cuaderno de notas. Fecha desconocida.

¿Cómo llegó a nosotros este otro cuaderno de notas? ¡Nadie sabe!, pero lo tenemos a la vista. Con el formato del cuaderno de notas de un diputado. Escrito con la misma o parecida tinta morada. Letra difícil de desentrañar aunque más legible, de alguien más joven, con menos mañas. Pero la letra, nos decimos todos, es similar a la del diputado de 1985. Nos llamó la atención lo siguiente:
“Hoy me corrieron de la planta 2 de Altos Hornos. Nada del otro mundo. La verdad muy corteses los cuates de seguridad que me sacaron. Nada parecido a los de Monterrey o de Saltillo, donde los guardas son brutos y altaneros o hasta golpeadores profesionales. Trato de explicarme por qué la diferencia.
Llevo rato repartiendo volantes a la entrada de la planta 1. La primera vez tenía miedo de que me corrieran. En Monterrey, en Gamesa o en la Fundidora por ejemplo, ni pensar en repartirlos; los de seguridad o los lameculos del propio sindicato te los quitan y te madrean. Aquí, en la planta 1 hasta los que reparten el periódico de la sección me piden volantes.
Con esa experiencia no dudé en ofrecerme para repartir el primero que hicimos para la planta 2. Los obreros de la 288, más jóvenes, parece que tienen miedo a entregarlos. No están tan curtidos en la lucha sindical. Me dijeron que podía ponerlos en los camiones que llevan a la planta.
Con esa información y un paquete de dos mil volantes, hace rato tomé un camión a la planta a 2, lleno de obreros muy jóvenes. Decidí esperar para repartirlos en la puerta de entrada.
Cuando bajamos del camión no había tal puerta, sólo un llano y allá lejos las construcciones de la planta. Empecé a repartir los volantes. Inmediatamente se me acercaron dos guardas y me dijeron:
– ¿Que estás haciendo?
–Reparto volantes ¿Qué no ven?
–Tu credencial de obrero.
–No soy obrero, reparto volantes.
–Pues estás en la fábrica y no está permitido repartir volantes adentro. Además entraste sin permiso.
–¡Ah, carajo! ¿Cómo que estoy dentro de la planta?
Mi cara de pasmo debe haber sido de risa. Me dejaron ver a mi alrededor: la planta frente a mí, rodeada de un amplio llano circulado por una malla ciclónica y como a cien metros la puerta también de malla.
–Pues no sabía ¡Ya me voy!
–Vente, te acompañamos– y platicando entre ellos me acompañaron, por una vereda entre la hierba, hasta la salida.
Me fui y los guardias ni adiós dijeron. No me quitaron los volantes. Tampoco me pidieron uno. Me regresé a escribir esto. En la tarde, cuando vengan los de la 2 les preguntaré qué pasó. Seguro se van a reír de mí.

jueves, 14 de enero de 2010

Terrenos fértiles entre el río Tula y Puerto Tetzo I. Su estado a principios de 1985

Al igual que yo, cuando tallaba lechuguilla en Jaumave –nos siguió contando Felipe Gómez en alguna otra ocasión– aquellos jóvenes indios de Puerto Tetzo pensaban en tener parcelas propias para vivir de ellas. A mí no me tocó vivir en un ejido, pero para algo hemos luchado tantos mexicanos, entre otras cosas para que haya muchos ejidos.
Entonces fue cuando Maurilio Casavieja, ñahñúh de diez y ocho años con sus derechos a salvo de Puerto Tetzo, oyó un día de plaza, en Ixmiquilpan, comentarios contradictorios de los "bárbaros, salvajes"–decían unos– o "valientes y orgullosos" –afirmaban otros– ejidatarios y comuneros del Mezquite, que "habían corrido a alguien y le habían tirado su casa" para "defender sus tierras" o por ser "unos hijos de la chingada", decían las conversaciones captadas a medias entre el tráfago del comercio semanal.
Cuando Maurilio les contó lo escuchado a sus compañeros, algunos de ellos también habían oído el rumor o la historia, llena de matices diversos y contradictorios, pero había detalles que se repetían: ni la policía ni nadie del gobierno había intervenido para castigar a los bárbaros y salvajes. Tanto el gobierno municipal como el estatal, por alguna razón desconocida, se hacían los ciegos y sordos ante el desalojo. No había noticias del hecho en los periódicos pero radio rumor no podía estar equivocada. Maurilio propuso ir al Mezquite y no sólo averiguar qué había pasado y si la defensa de los bienes comunales era cierta, sino buscar la posibilidad de que aquellos aguerridos campesinos los ayudaran en su lucha por conseguir tierras ejidales.
No se equivocaron los jóvenes de Puerto Tetzo en ir al Mezquite, aunque la comisión que los representó, presidida por Maurilio Casavieja, regresó únicamente con la certeza del desalojo, una explicación no muy clara de que el gobierno sabía que comuneros y ejidatarios tienen la razón, la afirmación de que todavía les faltaba sacar de la cárcel al presidente de su Comisariado ejidal y un pequeño libro que en su portada decía "Ley de la Reforma Agraria"; sólo eso, pero al final ese librito les abrió un camino lleno de dificultades pero que los permitió convertir en propiedad colectiva –propiedad social decían los técnicos en aquél entonces– los terrenos que un tal Gabriel Hernández Quiñones, funcionario de Ferrocarriles Nacionales de México, había convertido en su propiedad privada.

jueves, 7 de enero de 2010

El camino hacia el grupo de los verdes III, Monclova Coahuila (entre fines de julio y fines de septiembre de 1978)

Fue tu primera reunión con un grupo de obreros experimentados en lucha sindical. Fernando Cublero te dio la dirección de Juan Manuel López Alarcón, obrero de tercera generación, de unos cincuenta años y el más influyente del grupo. Aunque no ocupó ningún cargo en la planilla que los verdes presentaron en las elecciones más recientes, él era quien en realidad los dirigía.
La reunión fue en su hogar. Te sorprendió la casa de Juan Manuel. Grande, mucho más antigua, sólida y bien distribuida que las del INFONAVIT que conociste en Monterrey. Buen mobiliario, limpia, bien ordenada, para ti una casa típica de clase media. Meses después aprendiste que muchos obreros tenían casas como la de López Alarcón y comprendiste lo que hacía poco te había dicho un dirigente de tu partido: “Proletarizar a los campesinos es lograr que mejoren su nivel de vida”.
Asistieron a esa primera reunión doce obreros. Oyeron respetuosamente tu invitación a formar un partido político nuevo, con base primordialmente obrera, pero notaste que no les interesaba ese asunto. Su interés evidentemente era la lucha sindical, en el seno de Altos Hornos Planta I y como miembros de la sección 147 del SNTMMSRM.
Por suerte tu partido te había dotado de buenas armas para el trabajo político y cambiando estrategia les dijiste:
–El partido es una herramienta para que ustedes puedan dar su lucha en mejores condiciones.
Aún ahora suponemos que esa frase fue la que logró que algunos de los presentes decidieran empezar a trabajar contigo, pues comprendieron que la brega sindical gana cuando se convierte en contienda popular o se cobija con ella.
Todavía tuviste tres o cuatro reuniones más en casa de Juan Manuel, que poco a poco fue perdiendo interés en su relación contigo. Cuando las reuniones se movieron a la excantina del centro, sin muebles –ni una sola silla–, con un piso todavía con capas petrificadas de lodo, López Alarcón sólo fue una vez y no regresó a ninguna otra reunión. Pero seis de los que habían sido de su grupo decidieron continuar su lucha sindical haciendo un volante periódico –inicialmente se pensó semanal– que tú empezaste a imprimir en Saltillo y a repartir, en octubre, en la puerta uno de Altos Hornos de México, S.A.